martes, 15 de marzo de 2011

Pequeño detalle.

Existen cosas que pueden parecer más fáciles de lo que realmente son. Sin pensarlo mucho, decidí ir a tu casa en compañía de mis amigos, sabía que no habría problema con estar ahí. Siempre sentí tu hogar como ese lugar alterno donde podía llegar, refugiarme y aislarme de todo.
-¿Segura que podemos estar aquí? ¿No tendremos algún problema?
-No se apuren, no habrá nadie- Les dije.
Sacando ventaja de la amistad que tenía con el portero de tu edificio, fue como pudimos entrar a tu departamento en tu ausencia.
Llegamos y mi amigo se puso a hacer lo suyo. Mi amiga y yo nos quedamos en sala a escuchar música y platicar.
-Este wey nunca puede tener ordenado, me choca- Dije en voz alta.
Comencé a aspirar, lavar platos y a hacer lo propio para que tu casa estuviera limpia y en orden.
Mi sorpresa fue grande al descubrir que en el pizarrón que está detrás de tu escritorio, donde sueles poner los pendientes, había la nota de una mujer. El recado decía cuánto te quería y un montón de cosas cursis.
-El wey ya está mayor como para estas cursilerías, ¿no crees?- Dije.
Me puse celosa y lo borré.
Terminé de limpiar tu departamento y me quedé de pie platicando con mi amiga.
La sensación que invadió mi cuerpo al escuchar que la puerta principal se abría, la comparo a cuando te pasan un hielo por la espalda: Te paralizas, no sabes qué hacer y sientes un “hormigueo” que recorre todo tu cuerpo.
Habías llegado a casa.
-¿Qué haces aquí?- Me preguntaste con una mirada que nunca antes te vi. Sentí miedo.
-No te apures, ya estábamos por irnos
-Esa no fue la pregunta
-Amiga, vámonos
Mientras mi amiga iba a buscar a nuestro amigo, pensaba en qué decirte, en qué excusa darte que fuera lo suficientemente aceptable para que no te enojaras (más) conmigo, pero mi mente estaba en shock. Me sentía como una niña que es descubierta haciendo una travesura. Pero esta vez peor que eso.
Sin decir nada, fuiste a tu recámara y tocaste la puerta:
-¿Todavía estás ahí?
-Sí, te estaba esperando- Y salió una mujer de tu habitación.
Viendo esa escena, casi sin poder creerlo, le dije a mi amiga:
-No mames! ¿Y se da el lujo de traer a mujeres a su casa? ¿Estuvimos aquí todo este tiempo con una mujer dormida en la recámara? ¿Cómo no me di cuenta?
-Te recuerdo que entramos sin permiso- Me contestó.
Y tenía razón, ¿cómo reclamarle algo a alguien que sólo es tu amigo y que entras a su casa a escondidas? No tenía cara con qué decir algo, me sentía tan avergonzada porque sabía que no me perdonarías. No algo como esto. Lo vi en tu cara, en tu expresión, en tu mirada….
En silencio dije: De seguro va a pensar que entré a robar o que entré a revisar sus cosas, pero nada que ver! Sólo entré a terminar un pendiente, pero sé que no me creerá. ¿Cómo le explico para que me crea?  Sentí mucha pena, mucha angustia, mucha vergüenza, mucho coraje conmigo misma.
Me despedí casi sin decir nada y sin verte a los ojos.
-Pero cómo pude ser tan estúpida, olvidé que va a comer a su casa- Le dije a mis amigos mientras caminábamos.
-Sí, pequeño detalle
-Lo que más me preocupa es que puede demandar al portero y lo pueden despedir, yo no quería meter en problemas al señor, él sólo me ayudaba.
Y me fui a mi casa con mucha angustia pero sin poder decir nada.


Cortesía de: Mis sueños bizarros.






 

No hay comentarios:

Publicar un comentario